jueves, 23 de agosto de 2012

Volvieron A Fusilar Al Pueblo

Así titulaba el número 8 de la Revista Causa Peronista la nota en que relataba el asesinato del Roña Beckerman y el Gringo Van Lierde.

A 18 años del basural de León Suárez; a dos años exactos de la dictadura militar en Trelew; a un año del antiperonismo en Ezeiza; a quince días de los asesinatos en La Plata. Ahora, en un aniversario del pueblo peronista

Fue a la una de la mañana del jueves 22. En una mesa de la pizzería “El Chiche”, en Belgrano y 9 de Julio, Bernal, tres compañeros planificaban los actos de Sur Gran Buenos Aires para la noche siguiente.


Uno era el compañero Pablo Van Lierde, el “Gringo”, 22 años. Y montonero. Estaba Eduardo Beckerman. Sus compañeros lo conocían como el Roña”. Había cumplido 19 años. Era delegado de Zona Sur de la Unión de Estudiantes Secundarios.

El tercero era Carlitos Baglietto, de 29 años, militante de la Juventud Trabajadora Peronista y delegado de la empresa química Darex.

Ya era el 22 de agosto. Exactamente dos años antes dieciséis combatientes del pueblo eran fusilados por los gorilas de la Marina en la Base Almirante Zar. Fusilados por obra de la dictadura militar. Por esa que terminó de entregar al país. Esa que secuestró, torturó y reprimió tratando de detener al pueblo. A ese pueblo que le fue dando batalla en todos los frentes. Desde 1955.

El Gringo, el Roña y Carlitos estaban organizando un homenaje a aquellos caídos. Una vez más los compañeros se preparaban para ganar la calle con el pueblo. Con o contra las prohibiciones, las amenazas y el despliegue insolente de una policía equipada, no ya sólo para reprimir sino para fusilar peronistas. En ese clima de guerra al pueblo, en esas horas previas al 22 en que los patrulleros desfilaban de a seis en fondo sin chapas y con los datos identificatorios tapados con pintura negra, un grupo armado secuestró a los tres compañeros y los golpeó pidiendo información sobre las organizaciones populares y sus militantes. Después los fusilaron. El Gringo y el Roña cayeron.

DIARIO NOTICIAS del 24 de agosto de 1974

Como en José León Suárez, como en Trelew, como en Ezeiza, acá también quedaron testigos. Acá también quedó un compañero vivo, un sobreviviente de la masacre: Carlitos Baglietto (*).

La noche del 22 los peronistas volvieron a la calle. Volvieron a cortar el tránsito de calles y avenidas con molotovs, con actos relámpago. Volvieron a decirle al imperialismo y a sus aliados que el pueblo resistirá su avance. Fue un nuevo homenaje a Evita y un nuevo homenaje a ios caídos de Trelew.

Mientras los grupos se adueñaban de las calles al grito de “Juventud Presente, Perón, Perón o Muerte!” la noticia recorría todos los barrios, “Mataron compañeros”.

Mientras los grupos se desconcentraban en las sombras, volvían a sus barrios, a las villas, tras recordar a los caídos golpeando al enemigo, el pueblo también rendía su homenaje al Gringo y a Roña. El primero. Carlitos Baglietto, que fue fusilado junto a ellos pero no murió, que sobrevive a catorce disparos de escopeta y ametralladora, contó a los peronistas lo que ocurrió en Bernal.

Fue poco después del entierro del Gringo y del Roña. Este es su relato:

“Eran las 12 y media de la noche, salíamos de un boliche que se llama El Chiche, de Belgrano y 9 de Julio, en Bernal. Estábamos el Roña, el Gringo y yo, caminando un par de cuadras. De pronto, cerca nuestro se paró un Fiat 125. Nos encandilaron desde adentro del coche con un reflector potente que iluminó toda la vereda. Bajaron 3 tipos que avanzaron hacia nosotros mientras nos apuntaban con Itakas y metralletas. Ahí nomás se identificaron como policías.

Eran jóvenes, dos usaban camperas de campaña color verde oliva; el tercero un sacón de cuero marrón. “Empezaron a palparnos mientras uno de ellos hacía circular a los automóviles que se paraban a observar. Al final nos pusieron contra una citroneta que estaba ahí estacionada. Ante las preguntas que nos hacíamos nos identificamos como de JP, y que veníamos del local de la calle Chile donde funciona el local regional, que habíamos parado a morfar algo a ese boliche, que ya nos íbamos.

Uno de los tipos empezó a interrogarnos. Preguntó si íbamos a pegar carteles por el 22 de agosto. 

Después que le hicieron abrir el portafolios al ‘Roña’ nos obligaron a subir a la citroneta, a ponernos boca abajo. El del sacón de cuero se sentó al volante, los otros nos apuntaban con metralletas. Entre ellos se trataban de oficiales. Anduvimos como media hora siempre con la boca contra el piso. 

Durante el viaje siguieron haciéndonos preguntas, primero sobre los domicilios, después nos preguntaban ¿a qué peronistas conocen aquí en Quilmes? Yo dije: Coco Andreoli.

Me pegaron. “Ese está en el C. D. O.”.

Luego fueron al grano: “¿quién es el responsable de Quilmes ?” Insistieron un par de veces. “Ramón”, respondí. Ahí me dieron otro golpe. “Nosotros sabemos que se llama Lucho”, gritó uno. “¿Dónde vive Lucho? ¿Dónde están los fierros?”, insistían.

Después nos interrogaban sobre Firmenich y Gullo. “¿Dónde andan? ¿Cómo se los puede encontrar?” 

De pronto al Roña le dan un culatazo en la cabeza. Iban y volvían sobre las mismas preguntas. Siempre las mismas preguntas. A uno se le ocurre decir: “¿Qué opinan del CNU?”

Al final alguien propone: “Comisario, vamos a llevarlos a la parrilla”.

“Cuando paró la citroneta, alcanzamos a escuchar, en medio de un silencio total, el ruido que hacen los sapos o las ranas en los charcos.

“Estamos en un descampado” me dijo el Gringo.

“Nos hacen bajar, después nos obligan a poner las manos sobre el capot del 125 que había venido adelante o atrás de la citroneta, no sé con precisión, durante todo el viaje. Nos exigen que abramos bien las piernas y vuelven sobre las mismas peguntas.

“Señor, esto no es una comisaría”, dice el Gringo.

“En estos procedimientos nunca los llevamos a la comisaría”, contesta uno de los tipos.

“Ahí nos sacan los abrigos y los documentos personales y sigue el interrogatorio: “¿Dónde está Firmenich? ¿Y Güilo? ¿Los fierros, dónde están los fierros? ¿Cuál es la casa de Lucho?”

Así siempre.

“Suban a la citroneta, ordenó uno de ellos.

“Yo subo primero, me acuesto junto a la goma de auxilio. Después sube el Gringo. Más tarde el Roña, que debe poner medio cuerpo sobre el mío porque no entrábamos todos.

“Chau Negro, aquí se termina”, dijo el Gringo.

“Se produjo un silencio que habrá durando 5 segundos más o menos. Sólo se escuchaba el motor en marcha del Fiat 125.

Y de golpe, la primera descarga de Itaka y metralleta que va dirigida al Gringo. Después le dan al Roña, y enseguida me toca a mí.

“Hijo de puta”, grito cuando siento los balazos. Lo único que se escuchaba era el motor del Fiat y el ruido que hacían las armas al cargarse.

En ningún momento perdí el conocimiento; me salía sangre por la boca y no podía creer que estuviera vivo. Me había enganchado los pelos de la cabeza contra alguna parte de la carrocería de la citroneta, quería levantarme pero el pelo me tiraba. Al final me desenganché. Tenía al Roña sobre mi cuerpo. Tardé un rato en sacármelo de encima.

El Gringo respiraba fuerte cuando bajé de la citroneta, después no lo escuché respirar más. No sé cómo hice, pero llegué hasta la cabina de la citroneta. El capot estaba levantado, seguramente le habían desconectado algún cable porque resultó difícil hacerla arrancar. Con la citroneta anduve unos doscientos metros, al final se me quedó. Empecé a caminar por el basural.

De pronto veo que se acercan dos camiones de basura, les hago señas pero siguen de largo. Sigo andando hasta que llego a un rancho. Empiezo a gritar para que me ayuden. Primero salen unos perros que ladran como desesperados alrededor mío. Después escucho la voz de un viejo que me dice: “No puedo levantarme, estoy muy enfermo, me estoy muriendo. No puedo ayudarlo, amigo”. Después el viejo parece decirle a alguien que está en el rancho con éi: “Levantate vos, anda a ayudar a ese hombre”. Como el otro no respondía, me fui.

Cuando empecé a caminar de nuevo escuché que el viejo insistía: “No seas hijo de puta, levántate si sos criollo y ayuda a ese hombre”.

Cuando me alejaba del rancho, vi que se acercaba un coche que venía del lado del río. Le hice señas; al acercarse, el auto frenó. Bajaron varios hombres con armas en la mano. Pensé que volvían a rematarme. “¡No me maten!” les grité un par de veces.

“Quédate tranquilo”, me dijeron, “somos policías. Un camionero nos avisó que andabas por aquí muy malherido”. Eran de la comisaría 1ª de Quilmes. Al rato, llegó una camioneta Dodge, de esas nuevas que tiene la policía provincial y me cargaron. Al rato me dejaron en la guardia del hospital de Quilmes. Ahí comenzaron a atenderme.

Y aquí estoy. Aquí, vivo. Me parece mentira.” 


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El Roña, responsable de la UES Zona Sur fue mi primer mártir directo. 

Despelotado, comprometido, inteligente... 

Estoy orgullosa de haberte conocido, de que hayas sido mi primer referente.

Hay hechos en nuestra vida que nos cambian para siempre. Éste fue uno de ellos. Su muerte, el velorio en el Nacional Buenos Aires, el entierro en La Tablada y las obleas que rezaban "Por el Roña: un minuto de silencio y 365 días de lucha".

¡Hasta la Victoria, Compañero!

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(*) Carlos Baglietto, después de ser retirado del Hospital de Quilmes, una vez restablecido fue asesinado junto a su compañera, Estela Adén, el 23 de enero de 1976.

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