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| Por Felipe Celesia y Pablo Waisberg Autores de “La Tablada. A vencer o morir. La última batalla de la guerrilla argentina” | 
La carrera judicial del fallecido fiscal Alberto Nisman pegó un salto 
con la investigación sobre las desapariciones de dos militantes del MTP 
que en 1989 asaltaron el cuartel de La Tablada. Su tarea, solicitada 
especialmente por el juez Gerardo Larrambebere,  convalidó la versión 
del Ejército: Iván Ruíz y José Díaz habían logrado escapar desarmados y 
heridos, después de combatir durante ocho horas, de un cuartel rodeado 
de policías y militares.
La carrera judicial del fallecido fiscal
 Alberto Nisman comenzó a pisar sobre firme con la investigación sobre 
las desapariciones de dos militantes del Movimiento Todos por la Patria 
(MTP), que el 23 de enero de 1989 asaltaron el Regimiento de Infantería 
Mecanizada 3, en La Tablada. Su tarea, solicitada especialmente por el 
juez Gerardo Larrambebere,  convalidó la versión del Ejército: Iván Ruíz
 y José Díaz habían logrado escapar desarmados y heridos, después de 
combatir durante ocho horas, de un cuartel rodeado de policías y 
militares.
Nisman trabajaba en el 
Juzgado en lo Criminal y Correccional 1 de Morón, a cargo de 
Larrambebere, cuando se produjo el asalto. La investigación les 
correspondía a ellos. Nisman llevaba otros temas en el juzgado pero 
Larrambebere se quedó impresionado por algunos de sus escritos y lo sumó
 al equipo que tuvo en sus manos la causa políticamente más delicada de 
aquel momento.
 
Uno de los temas que le encargó fue investigar la desaparición de Ruíz y
 Díaz. Los dos militantes habían logrado salir de la Guardia de 
Prevención el 23 de enero por la tarde, después de combatir desde las 
seis de la mañana hasta pasado el mediodía. Saltaron por una ventana 
cuando el techo se desplomaba por el fuego que consumía la estructura e 
inmediatamente los detuvieron los comandos del Ejército que participaban
 de la recuperación del cuartel, que terminó con 39 muertos –entre 
civiles, policías y militares- y cuatro asaltantes desaparecidos.
De ese momento existe una serie fotográfica, que tomó Eduardo Longoni (ver nota), 
donde aparecen los guerrilleros saltando por la ventana, uno de ellos 
visiblemente herido. Ambos estaban desarmados y fueron llevados hacia 
los fondos del cuartel por dos o tres militares. Todo eso se ve en las 
fotos tomadas por Longoni y publicadas en los diarios de la época.
 Con los testimonios de los militares -Larrambebere constituyó el 
juzgado en el cuartel y le tomó declaración a todos los uniformados-, 
Nisman empezó a reconstruir el destino de Ruiz y Díaz: el teniente 
Carlos Alberto Naselli se los entregó al cabo primero Hugo Stegmann; que
 los dejó a cargo del mayor Jorge Varando; quien los derivó en custodia 
al sargento ayudante Ricardo Esquivel. Pero Esquivel murió en la 
batalla.
 La versión militar completa sostenía que Ruiz y Díaz se habían fugado y
 sugería incluso que eran los responsables del balazo en la cabeza que 
había recibido el santafesino Esquivel. Nisman dio por válida esa 
versión que habían evaluado en el juzgado, elaboró el escrito, lo firmó y
 se lo llevó a Larrambebere para que sumara su firma. En esa misma 
resolución dictaron la captura internacional de los dos guerrilleros, 
que estuvo vigente hasta 1997, incluso cuando en el registro final de 
sus vidas se los veía postrados y desarmados ante un militar con un 
fusil en la mano.
 El juez y sus colaboradores evaluaron que no había alternativa de 
“prosecución” de la investigación y que si se seguía adelante era parte 
de una “convicción” personal pero que no había pruebas.
—¿Entendieron o sintieron que los militares les habían mentido?- le 
preguntamos en 2013 a un integrante del equipo que analizó el tema 
durante la investigación para La Tablada. A vencer o morir. La última batalla de la guerrilla argentina.
—En ese momento, no tanto; bastante después, sí, como que en definitiva
 a esos tipos los habían sacado del cuartel con vida. Estaban los que 
opinaban que evidentemente los sacaron y los mataron, y los que no 
creían para nada en eso. Algunos decían que en el fragor del combate, 
cotejando con otras declaraciones que los militares habían hecho con 
anterioridad, más o menos cerraba que hubieran muerto en combate. No te 
digo cincuenta y cincuenta, pero legalmente se llegaba a ese punto. La 
duda pasaba por un tema de convicción, pero no basado en prueba del 
expediente.
Quince años después, el sargento retirado del Ejército José Almada (ver notas acá y acá)
presentó ante la Justicia una carta que envió al general de brigada Juan
 Carlos Willington después del asalto. En la misiva, el sargento precisó
 que durante el recupero de La Tablada fue testigo de las “brutales” 
torturas a Ruiz y Díaz a manos de dos oficiales de inteligencia. Almada 
también aseguró haber visto como Iván y José eran introducidos en un 
Ford Falcon y sacados del predio por gente de civil, cerca de las tres 
de la tarde del 23 de enero.
Nisman también investigó las torturas a las que fueron sometidos los 
trece militantes del MTP que sobrevivieron al asalto en la oficina de 
Logística, ubicada en los fondos del cuartel. Los guerrilleros 
denunciaron que fueron golpeados, quemados, vejados, y que se realizaron
 al menos dos ejecuciones sumarias: las de Berta Calvo y Pablo Ramos. 
También, que se llevaron con vida a Francisco Provenzano y Carlos 
Samojedny, aún desaparecidos.
En su evaluación de la denuncia, Nisman desestimó las acusaciones por 
carecer de “sustento fáctico suficiente” y fundamentó: Juan Carlos 
Abella fue revisado por médicos legistas cuatro veces, sin que se 
encontraran heridas; Miguel Faldutti, que denunció haber sido drogado, 
no tenía rastros de sustancias en la sangre; Dora Molina y Manuel Burgos
 no habían podido reconocer a sus agresores y Daniel Gabioud no tenía 
las lesiones que dijo tener.
Con esta sutil mezcla entre que no se podía probar y que no era cierto,
 el Juzgado Federal 1 de Morón, y sus integrantes, cerraron la vía 
judicial para investigar y castigar los excesos militares cometidos en 
el cuartel durante un gobierno democrático. Ruiz, Díaz, Samojedny y 
Provenzano se convirtieron en los primeros desaparecidos políticos tras 
el final de la última dictadura.
 Veinticinco años después, la procuradora Alejandra Gils Carbó, estimó 
ante un pedido de los familiares de los desaparecidos, que la Justicia 
argentina no había extremado sus esfuerzos para investigar las 
violaciones a los derechos humanos en La Tablada y consideró que debía 
reabrirse el expediente. Pocos meses después, en la última acordada del 
año, la Corte Suprema de Justicia (con la excepción de Lorenzetti y Fayt) ratificó este criterio haciendo suyos 
los fundamentos e instó al aparato judicial a que avance para determinar
 qué ocurrió con estos cuatro desaparecidos cuyo paradero, y destino, la
 democracia tiene pendiente.






 
 

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