Ya está, ya salieron y que Dios o quien sea los ayude con lo que se les viene. Mucho se habló y se hablará de los mineros, la NASA, el orgullo y demás, pero poco sabemos de las condiciones de los trabajadores de las minas y del rol de los Estados en esta área.
Por eso me parece oportuno refrescar el siguiente artículo de Ricardo Bajo H.:
Detrás de la tragedia devenida en “milagro”, al saberse la supervivencia de los 33 mineros atrapados por el derrumbe en la mina San José, está la inseguridad que en 2007 justificó su cierre temporal. En 2008 “las autoridades” del sector en Chile ordenaron su reapertura. El accidente era cuestión de tiempo.
“En Potosí la plata levantó templos y palacios, monasterios y garitos, ofreció motivo a la tragedia y a la fiesta, derramó la sangre y el vino, encendió la codicia y desató el despilfarro y la aventura…”, así habla Eduardo Galeano sobre las minas en Las venas abiertas de América Latina.
La codicia y la muerte en la mina caminan juntas. La mina San José (donde sobreviven 33 mineros, uno de ellos boliviano, Carlos Mamani Soliz, esperando un rescate que demorará cuatro meses mínimamente), en Copiapó, al norte de Chile, debía haberse cerrado para siempre en 2007. Ese año fue clausurada luego de que se produjera una explosión de roca, la cual fue calificada como “muy poco común”. Anton Hraste, ex director del Sernageomin (Servicio Nacional de Geología y Minería) de Atacama, dijo tajante: “no debe abrirse nunca más, el sector ya está bastante agrietado, una consultora altamente especializada certificó que era una explosión de roca y me convencí que esta mina, que es muy antigua y con sectores abandonados, tenía una tecnología muy deficiente, que no daba ningún grado de seguridad”. Pero el estudio se reformuló bajo presiones y la mina volvió a operar.
Los dueños actuales dicen ahora que la tragedia (el colapso de sus cinco niveles) no tiene relación con las fallas que gatillaron el cierre de la mina en 2007 y hacen un “mea culpa” por el tardío aviso a los familiares (demoraron ¡un día! en avisar a las familias de los 33 mineros atrapados). Marcelo Kemeny y Alejandro Bohn son los dueños (40% y 60%, respectivamente) de la minera San Esteban, la firma responsable del yacimiento San José. La mina funcionaba irregularmente, no había completado las recomendaciones de conformidad técnica (sin salidas de escape posible), no tenían seguro contratado para los mineros.
Pero las responsabi- lidades no se detienen ahí: Patricio Leiva, el funcionario del Servicio de Minería que firmó la autorización para la reapertura de la mina San José en 2008, dijo ante una comisión del Congreso que tomó la medida de esa manera porque confió en el criterio de sus superiores. “Tiene que cerrarse esa mina de una vez y hacerse una auditoría general en todas las minas de Chile”, reclama Ramón López, presidente de la Federación de Trabajadores de CIMM (empresa asociada al metal rojo de la administración estatal). Y añade: “a los empresarios no les importa la vida de los trabajadores. El abuso es tan mayúsculo, que los propietarios del sector no dudan en hacernos laborar en condiciones pésimas. Los que no mueren o no son mutilados, viven en altísimas situaciones de estrés. Por eso exigimos a la justicia y al Gobierno que meta a la cárcel a Marcelo Kemeny y Alejandro Bohn, dueños de la mina. Y que renuncie la ministra del Trabajo (Camila Merino) porque ya sabemos que la Dirección de esa repartición tenía antecedentes de que el yacimiento estaba en tan malas condiciones que debía cerrarse. Y también existe una responsabilidad directa del ministro de Minería (Laurence Golborne) debido a que Sernageomin depende de él”.
Ante lo fantástico del caso (a comienzos de agosto, el Gobierno de Chile dio por muertos a los mineros), incluso la Iglesia Católica tuvo que salir al frente para desmentir el milagro. El obispo Gaspar Quintana –máxima autoridad eclesiástica de la Región de Atacama– desmintió en el diario La Tercera la posibilidad que ha estado en boca de toda la prensa chilena e internacional: “No ha sido un milagro y tampoco llevaré a cabo ninguna formalidad ante el Vaticano para que se le reconociera como tal, si me pongo exquisito, teológicamente hablando, esto no es un milagro, pues los requisitos son mucho más estrictos. Es un evangelio, una buena nueva, pero no un milagro, un miraculum”. Con milagro o no, los mineros han sobrevivido, de momento, a los codiciosos de las minas. Y la palabra del Dios católico pone los puntos sobre las íes: “Debemos entender que no somos los tigres del Asia, tampoco los pumas. No puede ser que porque paguen más, la gente termine arriesgando su vida. Me he cuidado mucho de no decir cosas que no corresponden, pero claro que ha existido abuso por parte de los empresarios. Hay explotación y maltrato. Deben entender que el trabajo no es un saco de papas y que los mineros tampoco son unas bestias de carga”, añade el Obispo. Quien habla, dice, no es Gaspar Quintana, obispo. “Es la doctrina social de la Iglesia”, dice.
CHILE: 373 MINEROS MUERTOS EN 10 AÑOS
Un total de 31 mineros han muerto en Chile este año, en 28 accidentes laborales. No tuvieron canales de televisión en directo, no recibieron la visita del Presidente, ni siquiera donaciones de millonarios apenados. Los periódicos no hablaron de ellos. Y son ya 373 trabajadores de la mina muertos en su puesto laboral en los últimos diez años, según datos del Servicio General de Geología y Minería (Sernageomin). Chile, país minero, donde la muerte sigue acechando en la mina.
Los ocho mineros muertos sólo en enero (en la Región de Atacama, Antofa- gasta y Coquimbo, norte del país, donde se concentra la mayor parte de la industria minera) tampoco tienen nombre ni apellidos.
En la última década, en Chile, el año 2008 fue el más mortal, con 43 muertos, seguido de 2007 (40), de 2000 y 2001 (ambos con 36 muertos), y de 2009 (35).
Pero las malas noticias desde todas las minas del mundo llegan demasiado a menudo a los periódicos desde Colombia a Rusia, de China a Ucrania, pasando por Estados Unidos y Venezuela. Nadie se salva debido a las condiciones de extrema explotación y escasas garantías de trabajo en la extracción de carbón, oro, cobre, estaño, plata, zinc, plomo… Los peores accidentes mineros están encabezados por China. En 1942 murieron 1.572 personas en una explosión en la mina de carbón Honkeiko. Más cercano, en 2005, una explosión de gas en la mina china de carbón Sunjiawan de la estatal Fuxin Coal Industry Group dejó 214 personas muertas. Y hace dos años, un alud de lodo causado por el colapso de un depósito de desechos de una mina en el norte de China provocó el deceso de 254 personas.
UN BOLIVIANO APELLIDADO MAMANI
Las historias de gran impacto dramático de los 33 mineros atrapados darán segura- mente para muchos libros y algunas películas. Desde el pasado 22 de agosto cuando se supo de su aguante tras 17 días sepultados, Chile y el mundo esperan su salida a la luz. Incluso el rescate minero traerá dentro de unos meses una imagen para la historia: los trabajadores saldrán con los ojos vendados y con muchos kilos de menos. Entre ellos, estará un minero que también sufrió el terremoto de Chile, uniendo ambas tragedias. En el campamento también esperará la familia del único extranjero que está a casi 700 metros de profundidad (bajo 700.000 toneladas de roca, tardarán 34 horas en subir cuando se habilite una vía de escape), el boliviano Carlos Mamani Solís, de 23 años.
Carlos Mamani llegó a Chile procedente de su Oruro natal (había trabajado también en Santa Cruz) para emplearse en la recogida del tomate en el valle de Azapa, cerca de Arica. La crisis lo expulsó a las minas del norte donde ya trabajaba Johnny Quispe, el padre de su joven esposa, Verky Quispe, con quien tiene una bebé de apenas meses, nacida en Chile. Quispe había salido de la mina media hora antes del desmoronamiento que dejó sepultado a su yerno. “Yo transporto agua hacia el fondo de la mina y ese día salí una media hora antes del derrumbe y me enteré de todo afuera”, dijo. Mamani Solís se dedicaba a operar maquinaria pesada. Luis, hermano de Carlos, quien llegó desde Cochabamba hasta la mina después del derrumbe, lo describe como un hombre tranquilo y trabajador.
La familia Quispe, que reside en el valle, hizo leer el futuro en hojas de coca: “Llamé por teléfono el viernes a mi primo, en Bolivia, y le pedí que leyera las hojas de coca. Lo hizo y me dijo: Están vivos los 33 y van a salir vivos”, contó Johnny. El minero aseguró que después del vaticinio de las hojas de coca toda la familia estaba más tranquila. “Las hojas de coca saben”, dijo a la agencia AFP.
No hay comentarios:
Publicar un comentario